ÁRBOLES CAUTIVOS
Un árbol vive con los pies en la tierra,
sueña con los pies en la tierra, muere con los pies en la tierra.
Su libertad depende del viento, del sol que le conmueve la sombra, de la semilla que lo hace eterno, del corazón que lo siente, como la savia que lo inunda, latido a latido.
Es una nube que no se evapora ni viaja pero siente el cielo y sueña con el mar. Inmóvil, aferrado a sus raíces, como nosotros.
Porque somos árboles que deambulan sobre el horizonte en este universo leñoso que arde con el frío y se apaga con el fuego.
Su libertad depende del viento, del sol que le conmueve la sombra, de la semilla que lo hace eterno, del corazón que lo siente, como la savia que lo inunda, latido a latido.
Es una nube que no se evapora ni viaja pero siente el cielo y sueña con el mar. Inmóvil, aferrado a sus raíces, como nosotros.
Porque somos árboles que deambulan sobre el horizonte en este universo leñoso que arde con el frío y se apaga con el fuego.
Inspirar, expirar, sin pensamientos de humo
ni miedos de cristal, al ritmo de las aguas, de las ánimas de los vientos.
Si, a todos nos nace un árbol en ese
espacio que existe entre el primer soplo que nos entra y el último que nos
abandona, y nos crece a fuerza de hacernos tronco y resistir vientos.
Somos un árbol cautivo que vive amarrado a
sí mismo, acumulando una sobre otra, capas de cielo y agua, de viento y semillas,
de horizonte viajero, de esperanzas que brotan directamente del centro de la
Tierra mientras trazan el mapa de la vida.
Móviles o inmóviles, somos seres en
cautiverio al final del trayecto.
Pasto de tormentas, heridos en mil
batallas, víctimas del látigo del tiempo.
No nos pertenecemos mutuamente, sin
embargo. No hay mano dueña de su verdad
contenida, exultante y desmedida, imposible poner límites a sus promesas,
inútil negar su desafiante libertad.
fotografías, textos y montaje AjC
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